THE MUTANTS SALA WURLITZER BALLROOM (MADRID)
TEXTO Y OPINIONES DE mochuEGO.
mochuEGO. Ave de rapiña y
cerveza, ego con patas y ojos vidriosos. Un concierto no son
sólo los temas que se tocan, un concierto es un relato.
Sé que no estuviste en
el concierto de The Mutants el pasado viernes de 14 de
marzo en Madrid (9 euros la entrada). Casi he empezado a dudar de que el
concierto haya tenido realmente lugar. No por los efectos colaterales de un
gasto mayor al recomendado por los economistas del FMI para una economía media en cerveza, 3,5 euros el tercio
de Mahou –en pleno don de la ebriedad me hice con una copia de Grave Groove, 2008, en CD (10 euros) y de una
camiseta XS (15 euros) de chica (no me llevé una XXL para mí porque, según asentimos el
pipa de la banda y yo en un inglés pobre, el mío, y etílico, el de ambos, los
gordos tenemos mayor tendencia a escuchar buena música y hacerlo público en nuestros
acolchados pechos, hecho que provoca escasez de mercancía). No, lo sé porque
asistimos once personas. En esos once cuento a los camareros, al de la mesa de
sonido y al dueño/encargado del garito.
Si soy estricto, seis. Seis toros, seis, para una noche surfera de viernes.
Puestos a suponer, ni los conocerás a ellos. The Mutants es una banda de surf con toques setenteros, horror, espaciales, tarantinescos que se
autodefine como Afro-garage mambo
(signifique esto lo que signifique) formada por seis miembros. Doble
percusión, batería y tambores, bajo y una, dos o tres guitarras -uno de los
guitarras la alterna con el teclado, el otro con el saxofón (puedes escucharlos
en directo al final de la crónica).
En Madrid, el saxofón
estuvo como el público, ausente.
Volvamos a Wurlitzer
Ballroom (la hora de comienzo se postergaba con la ingenua esperanza de
que, ya que los vivos parecían más interesados en otras cosas, los muertos se
levantasen de sus tumbas, como en tantos grandes temas surf y horror, y sacudieran sus esqueletos al
son afro-garage mambo, por lo que se pudo comprobar no
sólo los poemas de amor, los padres y las religiones mienten, también mienten las canciones sobre la agitada vida nocturna de los cadáveres)… volvamos a la cerveza.
Porque de eso fue el
concierto: de cerveza. Cuando finalmente subieron al escenario, en lo que
podría haber sido perfectamente un partido de vóleibol seis para seis sin red
pero con árbitros y aguadores, se portaron, fueron profesionales (signifique
eso también lo que signifique).
Nos dieron una hora y
cuarto de ensayo entregado y experto en la secuenciación de las canciones y los
ritmos. Puedo traducir esa palabrería en que pegué brincos como si una rata me mordiera
los testículos, mientras mi pareja se lamentaba por haber abandonado las clases de
guitarra y trataba de que no me descoyuntara. Cosas de la cerveza y del surf.
Será por emoción a flor de piel que implica la
mucha cerveza, pero acogí la última canción (la que podéis escuchar
justo aquí debajo) como una emocionada dedicatoria; como una quinceañera lúbrica comprendí que era toda para mí. Carlos Muchas Cervezas es al mismo tiempo el protagonista, efecto
de identificación y resumen de la noche, una canción que te llega a las entrañas: al hígado.