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Akiesú qué Corto!: Felices fiestas!

Desde Akiesú os queremos desearte una feliz navidad y un prospero año nuevo, una feliz navidad no es un gran feliz momento sino muchos pequeños momentos felices juntos. Por eso, queremos poner de nuestra parte una sonrisa de un par de minutos en tu cara.

Tenemos el blog algo parado, pero, estate atento porque tramamos algo. Estamos trabajando en ello y probablemente los puedas disfrutar en dentro de muy pocas semanas.

 Esperamos que te guste.
 El equipo de Akiesú

AKIESÚ QUE CORTO!: Videoclip de Hypernova

Hacía ya algún tiempo que no escribo nada por aquí... Antes de empezar me voy a disculpar por teneros tan dejados durante todo este tiempo.

Paseando por los caminos de Google (que actualmente llevan a todos lados), buscando "recetas" para la técnica de stopmotion encontré el BTS (vídeo realizado detrás de las cámaras) del videoclip del tema SINNERS que pertenece a la banda iraní Hypernova que están clasificados en los generos post-punk revival e indie rock.

Pues bien, la banda de Raam, Kami, Kodi y Jam decidieron realizar el videoclip utilizando esta técnica, de una forma fluída. Para ello utilizaron una Canon Mark III disparando a diez fotogramas por segundo y un follow focus automático, que digamos que es el sistema automático que tiene cualquier cámara de video normal para enfocar, de modo que la imagen está siempre enfocada independiente de los movimientos, cambios de plano... Además de esto han utilizado un flash de estudio para modificar la luz ambiental.

El videoclip completo consta de 16.000 fotografías individuales. Digamos que no es poco, si os parece, antes de seguir hablando voy a mostraos el videoclip:



Bueno, el productor, director y director de fotografía del videoclip es Richard Patterson. Que como vemos tiene tantos cargos o incluso menos que muchísimos de nuestros políticos, eso sí; trabaja más, muchísimo más, pues la realización de un trabajo de este tipo no es tarea fácil; e incluso me atrevería a decir que gana menos.

Y para terminar tengo que poner también el video que me he encontrado en esa búsqueda, que aunque está en inglés es muy recomendable verlo. No sin antes poner este enlace hypernova.bandcamp.com a el bandcamp de esta banda


Miguel Moebius

PETROS MÁRKARIS, Liquidación final




            -¿Se da cuenta de lo que nos ha dicho? –pregunta cuando, por fin arranca el motor.
-Sí, que Merkel recauda impuestos por la vía de la cicuta. Y que todo, desde las construcciones sin licencia hasta los sobornos, forma parte del desarrollo. Los que no aceptan sobornos perjudican al país, porque fomentan el subdesarrollo.
Petros Márkaris, Liquidación final, Tusquets, Barc., 2012, p. 153

            Quiero comenzar la reseña con una muestra de agradecimiento a Ersi Marina Samará Spiliotopulu, traductora de la novela, por dejar caer un par de “sólo” adverbio con su tilde y algún que otro pronombre demostrativo con la suya. Ya sé que son faltas de ortografía, pero con una Real Academia que fomenta zanguangos; un poco de reacción ortográfica no viene mal. Sin embargo, cae en unos cuantos leísmos consentidos del tipo “le entiendo” o “le crucificaron”.
            De las novelas de Kostas Jaritos, ésta es la más floja tanto en su posicionamiento político como en la trama, más débil que en una novela nórdica del género. Es cierto que en la novela negra latina –Vázquez Montalbán, Juan Madrid, Rafael Reig, Sciacia, Camillieri, Jonquet, Rubém Fonseca…-, a pesar de la caterva de mediocridades que imitan hoy la pésima novela nórdica y británica,  pesa más el análisis social que la trama rocambolesca y los aparatejos imprevisibles y absurdos tipo CSI; esto no es óbice para que el autor se lo curre y no sepas a las primeras de cambio quién es el asesino y que sólo un giro inesperado en las pesquisas lo demoren doscientas páginas. Aclararé que, aun con todo lo que voy a afirmar, me la he leído del tirón. Anoche no pude apagar la luz del dormitorio hasta la última palabra.
            Y no es justa la debilidad de la trama porque en su estudio político abandona a Brecht –Márkaris afirma que hace un análisis brechtiano de la sociedad en las novelas del entrañable comisario-  para arrojarse a todos los convencionalismos tipo tercera vía que pueblan la ideología dominante neoliberal, pero no tanto.
            a) Las manifestaciones populares son simplemente una molestia para atravesar la ciudad. Se manifiestan todos y ninguno; todos de igual forma ridiculizados y escamoteados, salvo como presencia ubicua. Supongo que la idea que segrega es la ausencia de articulación política de los movimientos sociales y que pueden moverse indistintamente hacia una práctica revolucionaria como por maximalismos fascistas. Por otra parte, cualquier análisis de los movimientos actuales debería comenzar por este discernimiento: no todas las indignaciones son iguales ni tienen el mismo valor. Un movimiento por la expulsión de todos los inmigrantes –que aparece en la novela- no puede compararse con un movimiento en defensa de la Sanidad pública.

            b) El amigo comunista no participa en la organización de las protestas, ni está políticamente comprometido, simplemente riega su jardín y sirve café con dulces a las visitas. Zisis funciona en la serie como contrapeso ético y comprometido de la dinámica social –algo que el género ha ido perfeccionando desde la partidas de ajedrez de Marlowe con Capablanca-, de la mierda de la vida real, pero esa exigencia del “fuera de la lucha de clases” en este caso es contraproducente. Es un observador que espera la revolución como el que espera ver salir el sol en una playa gaditana; es una invitación al inmovilismo y fatalismo que me ha desagradado.

            c) Pero, sobre todo, la alabanza de la cultura del emprendimiento, todos los personajes son súper titulados e híper formados que no encuentran salida (en Grecia sólo hay universitarios, delincuentes, policías, porlíticos y delicuentes universitarios), que se da –aunque el mismo texto en otros momentos la contradiga, sin que haya una semiótica dialéctica para que esto ocurra, esto es, a pesar del autor-; la solución a la crisis es la acción individual y privada fuera del Estado y abandonándolo. Es esa teoría neoconservadora de que el Estado es el gran escollo para el desarrollo de la sociedad, la que no se cuestiona. No se trabaja para una recuperación del Estado, se constata su hundimiento y se plantea una esperanza: ser emprendedor. Aterra que olvide el efecto de distanciamiento –Verfremdungseffekt de Brecht- y cualquier análisis dialéctico mínimo  respecto a este falaz lugar común conservador.

            Por otra parte, mucho más interesante me parece la descripción de distintos suicidios, individuales y colectivos, que jalonan la obra. Son los momentos más conmovedores, de más altura literaria y que de verdad arrojan luz sobre Grecia hoy y España dentro de dos años. La verdadera piedra de toque: el capitalismo es el asesino.
           
            He afirmado que es la peor novela de la serie –la mejor para mí es Defensa cerrada-, pero no implica que no haya que leerla, ni, mucho menos, que no te lo pasarás como un enano. Es Kostas Jaritos y está de puta madre.


RAFAEL REIG, LO QUE NO ESTÁ ESCRITO



Este era el problema de la lectura, proyectas sobre el texto la sombra de tus deseos o de tus temores, tu propia sombra que oscurece la página hasta que sólo lees lo que esperabas leer, y todo trata de ti, y si hay una mujer muerta, no puede ser una simple montaña, ni siquiera otra mujer, qué va, tienes que ser tú, tu propio cadáver, quién si no. Lees lo que no está escrito y, a partir de ahí, construyes al autor a la medida de tu lectura. Porque no es el autor el que crea el libro, sino al contrario: es el libro el que, para ser leído, exige un autor y por lo tanto lo construye a su imagen y semejanza.
Rafael Reig, Lo que no está escrito, Tusquets, 2012, p. 175

Todas las novelas de Rafael Reig rezuman posmodernidad y Bertold Brecht. En este caso no mezcla historia, novela negra y ciencia ficción como en Sangre a borbotones, Guapa de cara o la imprescindible Todo está perdonado, sino que traza un mapa de la intimidad de una pareja divorciada a las malas con un hijo envarado con una reflexión sobre el proceso de lectura y la seducción del texto (en este sentido es una novela complementaria a la magnífica Black, black, black de Marta Sanz donde el detective yerra por dejarse seducir por el discurso).

La exmujer lee una novela negra pulp escrita por el exmarido, mientras éste y el hijo pasan un fin de semana en la sierra de Guadarrama. La mujer lee la novela en los términos de la vida privada pasada con el marido y, a partir de ella, extrae distintas conclusiones vacilantes y todas homicidas. Procede la seducción inversa: el terror.

Y, como toda intimidad desnuda, es obscena y barrueca.


Uno de los grandes aciertos de la novela es que la lectura de la exmujer se contagia y el lector acaba también anegado en terribles presagios sobre las intenciones de un exmarido violento y alcohólico. El primer texto, la novela negra, es entonces el texto macabro de la venganza planeada por el exmarido, donde se narra una trama clásica de secuestro hard boiled. Lectura que alcanzamos en el segundo texto, la lectura de la exmujer durante un fin de semana aburrido –donde, dicho sea de paso, parece querer demostrar la máxima lacaniana de que no existe la relación sexual.

Finalmente, nosotros llegamos al tercer texto, el viaje de padre e hijo por el Guadarrama, en el que proyectamos la lectura de la exmujer. Casi nos relamemos con la promesa de una crueldad incomprensible, devastadora. No os diré si da cumplida satisfacción a nuestro sadismo lector o nos deja con el placer de la frustración. Los tres textos se desarrollan sin perder nunca una atmósfera angustiosa y terrorífica en la que cada leve gesto es interpretado al menos en dos direcciones distintas.

Otro de los grandes aciertos de la novela es el funcionamiento ambivalente y contradictorio de los sentimientos; El amor y el odio no parecen nódulos monistas, sino que se encuentran encallados en su doble significación el odio y el miedo son sinónimos de amor y deseo. Las caricias restallan, los besos vejan, la cópula aísla.

Y aquí es donde aparece Brecht –aparte de una referencia obvia a la Ópera de los tres peniques-, todo este juego de lecturas y seducciones nunca termina su ciclo porque siempre se introduce un elemento de distanciamiento, de humor, de escaqueo (como las narraciones de las dos masturbaciones, que son mucho más que un adorno pulp), de desaparición de toda seducción y. devueltos a la inteligencia de nuestra posición, nos vemos impelidos análisis. La dialéctica narrativa se abre en todos los sentidos y cuestiona el mismo proceso de la lectura. Como decía Chandler, lo más importante en una novela negra es encontrar un atisbo de realidad. ¿Dónde? En Lo que no está escrito.

Wladylaw Szpilman, El pianista del gueto de Varsovia



Fieles a su sistema de ejercer la presión por etapas graduales, promulgaron nuevos decretos represivos en enero y febrero de 1940. En el primero se proclamaba que los judíos teníamos que trabajar dos años en campos de concentración, donde recibiríamos “la formación social adecuado” que nos redimiera de ser “parásitos en el organismo sano de los pueblos arios”. El Consejo [Consejo Judío, gobierno formado por judíos que administraban el gueto] decidió actuar de modo que se salvaran la mayoría de intelectuales. Pagando mil zlotys por cabeza el Consejo enviaba a un miembro de las clases trabajadoras judías como sustituto de la persona supuestamente registrada. Claro que no todo el dinero iba a los bolsillos de los pobres sustitutos: los funcionarios del Consejo tenían que vivir bien, con vodka y alguna que otra exquisitez.
Wladylaw Szpilman, El pianista del gueto de Varsovia


 
            Hannah Arendt cuenta en Eichmann en Jerusalén que hay dos hechos realmente vergonzosos en la historia del holocausto nazi. La prácticamente absoluta falta de rebeliones en los guetos y la colaboración necesaria y exhaustiva de muchos judíos en el exterminio de su propio pueblo. Arendt recurre a cierta concepción poco halagüeña de la naturaleza humana, según parece más propensa a salvar el propio trasero que al sacrificio heroico por su etnia. Sin embargo, sin mucho ánimo de enmendarle la plana a la amante judía del ínclito filósofo que celebró la llegada al poder de los nazis como la salvación de Alemania y la humanidad, quizá se deba a que por encima de las razas, etnias, clases o pueblos está el beneficio individual, es decir, el capitalismo. Dicho con Brecht, quizá lo mejor sería construir una sociedad en la que no fuese necesario el heroísmo, en el que la solidaridad y la cooperación obtuviesen premio.

            El pianista del gueto de Varsovia es el texto, de los que he alcanzado a leer, que mejor retrata esa colaboración necesaria con el III Reich de especuladores (no con la prima de riesgo o el petróleo, sino con la comida y otros elementos básicos para la vida), judíos enriquecidos o ricos, traficantes de oro y arte, el gobierno judío (Consejo Judío) y la policía judía que, como los kapos de los campos de concentración, eran aún más violentos y salvajes que la propia SS. También es el texto en el que se ve con más claridad la esperanza en una ayuda exterior.

            Al mismo tiempo, el texto permite comprobar que esa explotación que aborrece de toda la música que no sea el tintineo de las monedas de oro no se basa en cuestiones raciales, sino en cuestiones de plusvalías y explotación. En el texto se diferencian cuatro tipos de personajes: los nazis creyentes, brutales y sin más voz que la de sus actos indiscriminados de violencia; los judíos explotadores; los judíos explotados; y los arios que se solidarizan con Szpilman, desde un militante socialista, que morirá fusilado, a un militar nazi que alimenta al protagonista los últimos días de la guerra para morir en una cárcel soviética. Pero hay dos motivaciones, salvo la violencia antisemita que queda injustificada (acertadamente): la solidaridad humana o el beneficio económico. Y ambas siquiera se excluyen. Por ejemplo, en la resistencia polaca se encuentra Szalas. Szalas, que esconde a Szpilman, pide dinero en Varsovia en su nombre, pero lo utiliza para enriquecerse dejando que el protagonista casi muera de hambre. En cierto momento, después de haberlo dejado abandonado dos semanas afirma “¿Sigues vivo? Eh”.

            Es esta solidaridad la que revierte el curso de las argumentaciones que he citado al principio de Hannah Arendt; porque en Varsovia el gueto se levantó en el 43 contra la ocupación y porque la resistencia “aria” polaca apoyó con armas y hombres este levantamiento judío. Hechos que Szpilman narra con la misma fría meticulosidad que la atrocidad nazi.

            Szpilman, frente a otros supervivientes que narran cómo le fueron hurtando la humanidad hasta convertirlos en bestias (títulos significativos son Si esto es un hombre o La especie humana), conserva en todo momento su dignidad. Incluso un cariz heroico que me repele. Heroísmo mucho más patente en la versión cinematográfica de Polanski, particularmente en que en el texto la familia vive casi exclusivamente de los ingresos de los hermanos y en la versión de Polanski, todos viven de él. Szpilman, aún de forma contradictoria –devastadoras son las escenas, en la película, en las que él camina por la calle tratando de no pisar cadáveres-, atraviesa el holocausto sin más desdoro que cuando un policía judío lo extrae del camino al matadero, mientras que toda su familia es enviada a Treblinka.

            Dos documentos lo acompañan pero para mí tienen poco interés. Los fragmentos del diario del capitán nazi Hosenfeld (el militar que salvó a Szpilman en los últimos días de la guerra) donde atisba el inconmensurable crimen del nazismo; y el epílogo de Wolf Biermann, quien afirma que, por el mero hecho de que los carceleros soviéticos del capitán alemán no creyeran en la palabra de él, sin ninguna prueba, ya son peores que los nazis.



ROBERT ANTELME, LA ESPECIE HUMANA



Aquel que desprecia al compañero que come peladuras que se tiran en la caja del comedor, lo desprecia porque este compañero “ya no se respeta”. Piensa que comer peladuras no es digno de un político. Muchos han comido peladuras. Ciertamente no eran conscientes, la mayoría de la veces, de la grandeza que se puede encerrar en este acto. Eran sobre todo sensibles a la decadencia que dicho acto consagraba. Pero nadie podía denigrarse por recoger peladuras, como tampoco puede denigrarse el proletario, “sórdido materialista”, que se obstina en reivindicar, que no cesa de luchar, para alcanzar su liberación y la de todos. Las perspectivas de la liberación de la humanidad en su conjunto pasan por aquí, por esta “degradación”.
Robert Antelme, La especie humana, p. 99


Las crónicas, los textos autobiográficos de los supervivientes a los campos de concentración nazis, son los textos que más me recuerdan a la descripción de la vida obrera en el Tomo I de El Capital. Son textos que se articulan en torno a la miseria, a la lucha agonística por llegar al día siguiente, a la resistencia en condiciones inhumanas otra interminable jornada –es importante recordarlo hoy que pretenden imponer en Grecia jornadas laborales de once horas seis días semanales. Son los únicos textos donde la expropiación, el expolio, la anulación fenomenológica de la especie humana, de la mal llamada naturaleza humana, se hace tan tangible. Tan tangible como la mierda, las sobras de comida podrida, los piojos y liendres, la extenuación, la muerte y el desamparo. Esa negación de la humanidad: la reducción del ser humano a mercancía consumible en el proceso de trabajo.

Sin embargo, los separa el abismo que va de la tercera a la primera persona.

La especie humana tiene como particularidad que no cuenta los suplicios de un judío, sino de un preso político. Suplicios metódicos, capitalistas en su núcleo Hay diferencias claras. El tratamiento que se profesaba con fervor homicida a los judíos europeos que no necesitaba más argumento que la raza, en el caso de los presos políticos y comunes debía ser justificado, aunque siempre se encontraran motivos, por ejemplo, para fusilar a quien se retrasara en una marcha.

Se divide en tres partes. La primera, Gandersheim, narra los trabajos forzados, el paso del tiempo en el campo desde finales del 44 a abril del 45 cuando la cercanía de las tropas aliadas obliga a un traslado precipitado hacia Dachau. La segunda, La carretera, cuenta este traslado a pie hasta la vía del tren. La caminata era presidida por la convicción de que postergaban para el día siguiente su exterminio, para borrar las pruebas. La última, El final, es un brevísimo texto que concluye con el contacto humano de la liberación.

El texto no oculta nada. Se demora en la narración de diarreas, del estado de los retretes, de las marcas y picaduras de los piojos, de la crueldad inmotivada (o motivada en la búsqueda de un premio de los superiores) y ante todo no se detiene ante el hambre. Cada masticación, cada gramo de pan que se rumia para engañar al entendimiento, para alargar la posesión mínima de alimento.

O el intento de expulsar a los presos de la especie humana. Los alemanes del campo incluso evitaban el contacto con los presos. En todos los campos de concentración, el trato directo con los presos comunes lo tenían, normalmente, los capos, otros presos que, por alguna ración extra de comida o un trabajo más liviano, machacaban con mayor saña a sus compañeros. Deshumanizados hasta no reconocer su propio rostro o cuerpo.

Brecht dejó escrito que en la literatura burguesa no se comía (salvo en grandes banquetes como los de Proust o Lezama Lima) porque los escritores se sentaban a escribir con la panza llena. Lorca decía que no se le podía pedir a un hambriento que escribiera poesía, porque estaría pensando en la comida. Sin embargo, La especie humana, como otros textos de supervivientes, demuestra que puede existir una retórica del hambre (pero no un hambre existencialista como en la magnífica novela del nazi noruego Knut Hansun), de la belleza de encontrar un saco de patatas o una hoja de lechuga tirada en la basura –lo digo aquí y ahora que se ha empezado a cerrar con candados los contendores de basura de los supermercados para que no sean asaltados al cierre.

Antelme (como Levi, Anders, Arendt…) demuestran que hay una prosa del horror, de su banalidad e inconmensurabilidad. Para eso es necesario abolir toda retórica. No estoy hablando de un grado cero de escritura. Hay densidad y referencia, profundidad pero alejada de todo adorno (también Marx, fluido, sarcástico, intertextual normalmente, cuando describe la no-vida de los barrios obreros de Manchester despoja su escritura), son referencias a toda la humanidad sin necesidad siquiera de un verbo en forma personal. Una humanidad que alcanza su plenitud en el momento exacto en el que la niegan:

En una parada un centinela ha abierto la puerta del vagón. He bajado a mear en la grava. Irrisión de este sexo. Seguimos perteneciendo al género masculino. Ya no tengo calzoncillo, y mis pantalones están rotos: el viento entra en ellos y hace que la piel de los muslos se erice. El mínimo soplo de aire me hace tiritar. (p. 278)

Irrisión de este sexo. Una pausa en la narración una descripción sin verbo que universaliza la miseria que te identifica y te arroja a la, en última instancia, materialidad de la especie humana. Un estilo y una retórica que debería abolir todos los tratados (tal como pretendían las vanguardias que la fusión de vida y literatura acabara con la última). Un estilo primitivo, de un hombre nuevo de un pasado colectivo y épico:

Los muertos se desprenden y caen, hojas secas, de este inmenso árbol.




PASCUAL SERRANO, TRAFICANTES DE INFORMACIÓN



Tras este repaso a los grupos de comunicación no puede haber ninguna duda en recurrir al término “traficantes” como el que mejor los identifica, puesto que hemos encontrado fraudes fiscales, especulaciones urbanísticas, violaciones de las medidas contra la concentración, atropellos laborales mientras altos directivos disfrutan de sueldos millonarios y contratos blindados, ejecutivos con sentencias judiciales que les implican en connivencia con la mafia, fortunas nacidas a la sombra del nazismo, empresas que comercializan armas para dictaduras, implicaciones al más alto nivel con el franquismo…
Pascual Serrano, Traficantes de información


Traficantes de información. La historia oculta de los grupos de comunicación españoles es de esos libros que todo el mundo declara indispensable para un conocimiento crítico de la realidad española, pero que se postergan porque siempre hay una novelita con escenas sádicas o masoquistas que atraen más para un vacuo y solitario fin de semana. Es el motivo principal de que yo no lo haya leído hasta la 3.ª edición. Que ya está bien. Una vez he terminado de leerlo, lo recomiendo encarecido.

El texto repasa los grupos societarios, sin distingos porque apoyen al PP o PSOE, que poseen los principales medios de comunicación españoles, desde su origen a su política laboral, que quizá llegue a escandalizar más incluso que la connivencia, más o menos demostrada, con el crimen organizado o la promiscuidad entre medios supuestamente enfrentados. El dinero hace extraños los comportamientos y aberrantes las relaciones en el lecho, tanto que el sadismo deja de ser una parafilia. Vamos a obviar que, por ejemplo, en la editora de El mundo 17 ejecutivos cobran más que todo el resto de la plantilla junto y que para reducir gastos para pagar los intereses de la deuda se realizó un ERE que afectó a la plantilla, pero no a los ejecutivos –digo El mundo como podría haber dicho El País, ABC o Público-, y desguazaré un poco la estructura del texto.


El libro se divide en XII capítulos y un anexo donde se analizan las distintas editoriales de prensa, radio y televisión. Cada capítulo se dedica a un gigante acaparador de medios, a un traficante de información: historia, fusiones y promiscuidades varias, deudas y nuevos poseedores, política laboral y nombres propios. Salvo el primero, donde se desmontan las afirmaciones de pluralidad, objetividad, libertad de expresión a partir de los hechos. Y el último, que reflexiona sobre las consecuencias que para la democracia y la participación de los ciudadanos en la política la manipulación de la información con el único fin de obtener plusvalía y otros réditos.

El libro no es una colección de tropelías anecdóticas, sino que, sobre todo, indaga sobre quién o quiénes son los que están detrás  de cada una de las empresas. ¿Quiénes son los amos de la palabra? Es la historia económica de los dueños de nuestra opinión, sus testaferros, sus esbirros, el control de la gestión a través de la gestión publicitaria, sus secuaces sedientos, sus operaciones inmobiliarias, sus anhelos de influencia política. Deja fuera la RTVE precisamente porque su interés no es, en este texto, ver cómo se manipula, sino quién está detrás de cada medio.

Aunque también hay datos espeluznantes, me sorprendió particularmente que el ministro franquista y transitivo (de la transición) Martín Villa, del que se cuenta pudo tener mucha relevancia en la muerte de obreros en la inmaculada concepción del sistema político actual, fuese el presidente de… (¿Intereconomía?) No, Sogecable. Una reseña aparte merecería nada más que la entrada de Berlusconi en España y sus relaciones, alguna incluso demostrada judicialmente, con la mafia italiana e internacional. Merecería una reseña y una película de terror.

La solución que propone son los medios comunitarios (las cooperativas de información, las radios y las televisiones comunitarios) que la crisis ha hecho florecer como setas a fuerza de precariedad laboral y despidos. Porque nuestros sistemas políticos se fundamentan en el acceso de los ciudadanos a la información, sólo así éstos pueden contar con los elementos necesarios para ser hombres y mujeres libres de pleno derecho. Lo que hemos descubierto debajo de las alfombras muestra la miseria de quienes se han apropiado del poder de la información y en quienes, voluntariamente o involuntariamente, hemos delegado nuestro derecho a estar informados.

Este texto no quiere convencerte de ninguna posición política. Sólo quiere que se sepa quién está detrás de los que te convencen.


TRES NOVELAS Y UNA ADAPTACIÓN CINEMATOGRÁFICA DE JO NESBØ


-¿Por eso lo hiciste?
-¿Yo?- Mads se echó a reír- Yo soy inocente. Jon Karlsen. Nosotros los privilegiados, siempre lo somos, eso ya deberías saberlo. Siempre tenemos la conciencia tranquila porque podemos comprar la de otros. Los que existen para servirnos se encargan del trabajo sucio. Es la ley de la naturaleza.
Jo Nesbø, El Redentor



                Tengo que reconocer que la novela negra nórdica no me gusta; en realidad me toca los huevos. Tanta socialdemocracia mal disimulada (lean a Mankell o vean la adaptación televisiva con Kenneth Branagh, Wallander, el apalancamiento de los conflictos, la búsqueda del consenso, la responsabilidad nunca se deriva de la metrópolis –salvo porque no abuse de la injerencia- el policía tan bondadoso y falsamente ambiguo (no porque sea sirviente del Estado, sino porque nunca hay dilema, todo está decidido a priori), la moralina. Me toca los huevos que cojan a Hammett, Thompson, Himes, Goodis o Chandler en un candidato a la presidencia de una ONG de sobrealimentados amiguitos de desnutridos en África. Y por eso prejucio casi me quedo sin leer a Jo Nesbø no es así.
                Empecé por El Redentor, la sexta de la serie del detective Harry Hole (un detective que se parece mucho a Matthew Scudder de Lawrence Block). El antagonista aparente lo constituye un soldado de la guerra de Yugoslavia que se convierte en asesino profesional (creo que éste es de los pocos trabajos que, aunque se externalicen, todavía no contratan becarios para ahorrarse hasta el sueldo). Lo primero que pensé fue; ya está, otra mierda xenófoba con rostro humano (me explico, existen dos tipos de racismo básicos: el cerril –echemos a los extranjeros porque huelen mal, porque han nacido en otro sitio, porque tienen la nariz chata, etc.- y el racismo con rostro humano –mejor es preocuparse un poquitín por ellos para que no vengan aquí, porque, si seguimos así, alguno llegará a vivir en mi barrio y tendré que llamar a la policía para que lo detenga). Pero estaba equivocado. El pobre asesino, sólo es un hombre que busca ingresos pero que manipulado por un malvado pederasta para cubrir su ascenso en una ONG que cuida pobres autóctonos -que en Noruega hay. Además transcurre en Navidad.
                Me entretuvo tanto que seguí por Némesis, la cuarta de Harry Hole (ya sé que no he ido en un orden muy estricto). Esta novela usa también al extranjero, esta vez una gitana centroeuropea cuya familia huyó de los búnqueres de Enver Hoxha, en una trama, como claramente indica el título de una venganza, a la que se le suma un ladrón de  bancos perfeccionista (aunque no esperéis a Brad Pitt en Ocean’s Eleven) Mientras que Harry busca la venganza de su compañera, asesinada en alguna novela anterior de la serie.
                Ambas abusan del suspense por postergación (algo se descubre y no sabes qué es hasta tres páginas después) y del cambio de foco y escena en la narración (esa puta manía que se ha adoptado de las malas teleseries), pero es efectivo, las quinientas páginas se pasan en un plis. Quizá lo más desagradable fue asignarle a uno de los personajes, Beate, una improbable enfermedad, gyrus fusiforme, cuya principal consecuencia es que la paciente recuerda y reconoce todas las caras que ha visto, aunque sólo se cruzaran por la calle. Sin embargo, las motivaciones de los crímenes son verosímiles.
                Harry Hole se parece a todos los detectives alcohólicos que, desde que está mal visto serlo, intenta rehabilitarse con sus remordimientos, con su salvación incumplida…  En realidad es como todos, no juega partidas de ajedrez con Casablanca, pero parece un especialista en múscia rock al que no le gustan los Stones y, aunque escuchaba de joven punk rebelde, prefiere Kings of convenience o Stone roses. Un buen detective para una tarde de domingo en casa.
                En El redentor se hace referencia a un caso anterior en el que Harry desmonta una trama de tráfico de armas dirigida desde dentro de la policía, en Némesis hace referencias a la investigación paralela que lleva Harry sobre el tráfico de armas. Así que tuve que leer la quinta de Harry Hole, La estrella del diablo, donde tras una buena dosis de parodia sobre los asesinos en serie, Harry da cuenta de la trama de corrupción de la policía de Oslo.
                No es Harry Hole, sin embargo, el protagonista de Headhunters. Tampoco es Brad Pitt, aunque también sea ladrón. Headhunters es un thriller, pero no al uso. Después de tanta bazofia de asesinos en serie que se reprodujeron como pelusas en mi pasillo tras el éxito de El silencio de los corderos, está bien una película que te enseña todos los elementos y aún así sorprende. La trampa de la película radica, junto a un par de molestas muestras de propaganda mercantil demasiado obvias, en un gel con localizador por GPS que se adhiere todo lo que toca, pero no se oculta al espectador. También maneja con maestría la urdimbre de una trama amorosa con la puramente económica. Yo que tú iría a verla.

KENNETH FEARING, EL GRAN RELOJ



El gran reloj es sordo y ciego.(p.126)
El gran reloj avanza por todas partes, no pasa a nadie por alto, no se olvida de nadie,
no omite nada, no recuerda nada, no sabe nada.(p.147)

El gran reloj trastoca al menos cuatro de la convenciones de la novela negra (que no de la novela inglesa o de salón) y, sin embargo se ajusta a los cánones del género policiaco. Para mí la belleza del género negro es la misma que la belleza del soneto: la belleza de conseguir una combinación de elementos distinta en una estructura, en principio, muy limitada.
La más obvia es la convención del narrador. La novela negra tiene tres tipos básicos de narrador. El más común, heredado del maestro del género, narrador extradiegético focalizado como una segunda voz irónica sobre la del personaje, que, a veces, ni se distingue de él (las novela de Chandler y casi todo lo que ha venido después). El narrador intradiegético protagonista desde Jim Thompson (la narración en primera persona del psicópata, la pura carne cruda de la violencia humana), Horace McCoy, etc. Por último, el narrador extradiegético behaviorista, vamos, la preciosísima autopsia narrativa de Hammett (como afirma Manolo Valle -a quien le debo muchas de las ideas que aquí se desarrollan). Kenneth Fearing utiliza una sucesión de voces en primera persona, sin que el efecto sea un relato perspectivista donde existan distintas verdades, por capítulo con el único fin de sostener y aumentar la sensación de angustia, de claustrofobia como si se hubiese ejecutado el mecanismo opresivo de las paredes móviles acabadas en afilados pinchos de una pirámide de dibujos animados.
También rompe con la violencia y la fortaleza salaz del protagonista. La novela negra como género pulp iba dirigido a un público de clase media y media baja que había sido derrotado por la vida, por la desidia, por la grasa, casi por cualquier cosa (del mismo modo que nos ha vencido a nosotros), y, en consecuencia, negra tenía que construir un mundo donde un don nadie folla en posiciones inverosímiles con Lauren Bacall a la que proporciona orgasmos cósmicos, múltiples y simultáneos (o el mito sexual que ustedes tengan en mente). Sin embargo, aunque el protagonista intima con una hermosa mujer, de la que se deja caer que no le hace feos al lesbianismo (para acentuar el morbo), deja el sexo detrás de una puerta que se cierra como en las escenas cinematográficas que acaban en un fundido en negro.
El mismo lector que quiere leer que incluso él, que escucha seriales de la radio o ve el partido del Real Madrid por la tele, tiene la oportunidad de dormir con mujeres que huelen a orquídeas salvajes y tienen el cuerpo de Kim Basinger; también quiere sentir su cuerpo como una mole capaz de mandar al país de los sueños a matones con un único puñetazo en la zona del temporal. Curiosamente, El gran reloj reserva la escena de violencia, como en Los sobornados de Fritz Lang, a la usada por el antagonista en el asesinato de la mujer, violencia soez y descarnada desprovista de heroicidad. Un asesinato vil y cobarde como la jarra de café hirviendo.
Sobre todo las convenciones que se salta tienen que ver con el propio concepto de investigación, o lo que podría definir como la maquinaria. Es cierto que Iulian Semionov, Petrovka 38, construye una novela donde el investigador es colectivo, sin embargo, lo más extraño es que sea una novela soviética. También es cierto que los relatos de Hammett tienen como protagonista a Op, un apócope de Operator (no olvidemos que Hammett trabajó en esta maquinaria realmente). No obstante, El gran reloj se diferencia de la novela soviética en que es un mecanismo privado y de Hammett en que muestra todo el funcionamiento de sistema de miles de hombres cuyo movimiento es ciego e implacable. La particularidad de El gran reloj es que pone todo su mecanismo al servicio de sus intereses privados y no de la verdad.
Esta la última convención que se salta. El lector conoce en todo momento la verdad, el protagonista conoce al mismo tiempo la verdad (no se remite la novela al mecanismo de producción de suspense de Hitchcock por el que el espectador sabe más que los personajes, Sabotaje, por ejemplo). El antagonista también conoce la verdad. El mecanismo se pone en marcha para encontrar el elemento, que obviamente también pertenece al mismo mecanismo, que puede producir la mentira. La investigación es el proceso en el que una gran empresa se pone al servicio de la creación de la mentira.
En esta construcción del falso culpable que nunca llega lo que se muestra finalmente es el mecanismo ciego del capitalismo, como la máquina va apretando dogal sobre su objetivo. Aunque el desenlace sea sobre otro sobre el que caiga, inopinadamente, todo el peso de la máquina y el que parece que domina los resortes, el mando a distancia, es aplastado por ella. El gran reloj, cuya versión cinematográfica se llamó sintomáticamente en español El reloj asesino, es una novela sobre el capitalismo, sobre su inhumanidad, sobre su crueldad indiscriminada que es capaz de llevarse por delante a cualquiera.

Pero nadie lo resume mejor que el propio texto: Me dije a mí mismo que no era más un instrumento, una máquina enorme, y que las máquinas eran ciegas. Pero no había comprendido enteramente el alcance de su peso y su fuerza aplastante. Era demencial. No se puede desafiar a la máquina. Crea y destruye, y lo hace con glacial inhumanidad. Valora a las personas del mismo modo que valora el dinero, el crecimiento de los árboles, el ciclo vital de los mosquitos, la moral o el avance del tiempo. Y cuando suena la hora en el gran reloj, es que, en efecto, ha llegado la hora, el día, el momento preciso. Cuando dice que un hombre tiene razón, la tiene, y si descubre que está equivocado, está acabado, sin apelación. El gran reloj es sordo y ciego.

V. NAVARRO, J. TORRES, A. GARZÓN, Hay alternativas




Y en segundo lugar porque es fácil comprobar que las propuestas que hacen los neoliberales
no responden a verdades científicas o evidencias empíricas sino a creencias puramente
ideológicas que, en muchas ocasiones, incluso chocan, como veremos, con el sentido
común más elemental.
AAVV, Hay alternativas, Séquitur

En Hay alternativas no se nombra a Marx (sí, Galbraith o Keynes), ni siquiera se lo mira de soslayo, no se utilizan vocablos como infraestructura, valor de cambio, clase obrera (usan “los trabajadores” o “la clase trabajadora” entendida como asalariados), modo de producción, fuerzas productivas, utiliza costes laborales unitarios, CLU, por la distinción entre capital fijo y capital variable, ni, quizá la más importante, tendencia a la baja de la tasa de ganancia; ninguno de esos conceptos que hacen que a los perros lobotomizados del neoliberalismo les tiemblen las canillas y las fauces se les llenen de la palabra decimonónico -todos sabemos que la verdad está en la Biblia y no en la evolución porque se formuló en el siglo XIX.

Aunque cada vez queda menos para que las descripciones de la vida obrera de El Capital vuelvan a estar al orden del día no sólo en la fábricas de Apple en Cantón, sino en cualquier pueblucho de Andalucía. Mi primer año de profesor de secundaria, 2007, en un pueblo pequeño de Córdoba las alumnas dejaban el instituto al cumplir los dieciséis para coser vaqueros de marca en talleres alegales o directamente ilegales. Hice cuentas un día con una de ellas en clase para conocer el salario real, ya que disimulaban aleves la explotación con el pago a destajo -ver Libro I de El Capital-: cobraban 1,5 euros la hora. Huelga decir que sin seguros sociales ni nada que se le pareciera, aunque sí, supongo, con el beneplácito de la autoridad -si un profesor de Lengua Castellana y Literatura lo conocía, la benemérita también.

Quizá mejor que les tiemblen las canillas y llenen sus fauces con otras palabras contundentes: catastrofistas, idealistas, perroflautas -no importa que Vicenç Navarro sea catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra, que Juan Torres sea catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla y que Alberto Garzón sea economista, diputado y esté realizando ahora su tesis doctoral- sediciosos, antipatriotas, enemigos de España... Porque, sin que abandonen nunca la terminología económica capitalista ni sus métodos de análisis, Hay alternativas no sólo desmonta y descubre las consecuencias últimas de las medidas neoliberales, sino que propone medidas suficientes para contrarrestarlas. Medidas no que no buscan otra salida de la crisis, sino salir de la crisis.

De los ejes argumentarios de Hay alternativas el principal es la caída de la demanda y la estrecha relación que ésta tiene con la bajada de la masa salarial. La bajada de la masa salarial, progresiva desde los años 70, no es relevante mientras se sostenga la demanda mediante el crédito. Es decir, no hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, al contrario, hemos cobrado por debajo de nuestras necesidades y este infrasalario se ha disimulado mediante el crédito, la deuda privada, masivo.

Pero ahora la contracción del crédito (por la ya famosa burbuja inmobiliaria, la conversión de activos, los CDS, etc.) ha provocado un caída de la demanda que amenaza con arrasar con las pequeñas y medianas empresas (principal fuente de puestos de trabajo -que no trabajo, los conceptos abstractos no tienen existencia material- en España). Incluso puede acabar con el propio Estado, ya que obtiene la mayor parte de sus ingresos de las rentas del trabajo y no de las rentas del capital. Datos: un asalariado español paga el 75% respecto a los impuestos que soporta un asalariado sueco (los datos son anteriores a la última subida de impuestos del gobierno Rajoy, por lo que este porcentaje habrá aumentado), mientras que las rentas del capital sólo tributan el 20% de lo que tributan las rentas del capital sueco. Al mismo tiempo, al haber menos consumo el estado también reduce ingresos por la vía de los impuestos indirectos (IVA, impuestos especiales).

La bajada de la masa salarial favorece exclusivamente a la gran empresa que tenga algún tipo de posición privilegiada en el mercado (empresas telefónicas o las eléctricas sin ir más lejos) o aquellas empresas cuyos beneficios provengan del exterior (Inditex obtiene ya más beneficios fuera de España que dentro) -sin contar con que la mayoría de las grandes empresas españolas pertenecen a capital extranjero. Mientras que para el resto significa que se apriete más el tornillo del garrote, la inminencia de la muerte por asfixia: menos salario, luego menos consumo, luego más paro, luego menos ingresos para el estado, luego nuevos recortes, menos salario, más plusvalía, más concentración del capital (muy relevante es también cómo analizan los autores la aceleración de la polarización de las rentas en las últimas décadas).

Sin olvidar que el trabajo mismo es signo claro de la calidad con la que vivimos: El trabajo no puede ser únicamente un instrumento para conseguir los fondos con los cuales realizarse uno mismo a través del consumo. El trabajo es en sí determinante de la calidad de vida de la ciudadanía, como muestran los estudios realizados sobre las causas de la longevidad de la población que confirman que la variable más importante para explicar los años de vida de una persona es su satisfacción con el trabajo realizado a lo largo de su vida.

Quizá con la finalidad de sanear las arcas públicas pretenden que con trabajos peores (precarios y con sueldos de miseria) vivamos menos y reduzcamos, muriéndonos, el gasto público.

Joder, mientras corrijo esta reseña. leo que el FMI recomienda bajar las pensiones por “riesgo” a que la gente viva más de lo esperado. Recuerdo que Paul Lafargue -autor del imprescindible Derecho a la pereza- y su esposa Laura Marx -segunda hija del decimonónico- se suicidaron a los sesenta y nueve años de edad a principios del XX porque decidieron que ya no eran útiles a la humanidad y la causa de la revolución (algo que escandalizó y criticó mi buen Lenin); el FMI, la UE y los estados podrían llegar a incentivar el suicidio con medidas como eximir del pago de la mitad de la hipoteca a la descendencia o deducciones del tipo de interés en el más que inminente crédito universitario del nieto, el ICO te ayuda a morir sin dignidad.

El segundo gran eje es el análisis del casi omnímodo, omnívoro, poder que ejerce el capital financiero -que creo, no los autores, sólo comprensible si nos olvidamos de otorgar moralidades al capital y entendemos la preponderancia de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia- desde las desregulaciones iniciadas por Thatcher y Reagan y continuadas por los gobiernos Bush -father & son-, los gobiernos PSOE de González (aunque aclaran los autores que ha faltado regulación por lo que nunca ha llegado a haber desregulación), Maastrich, Aznar, Rodríguez Zapatero, reformas constitucionales, etc. Este poder ha convertido el mundo en un casino financiero en el que, quien ayudó a falsear las cuentas griegas, es premiado en el Banco Central Europeo. Así, el planeta tierra es ese lugar hermoso donde terminó la historia y el 0'16% de la población posee el 66% de la riqueza mundial (y aumentando).

O España: Así, todavía a finales de 2006 sólo una veintena de grandes familias eran propietarias del 20,14 por ciento del capital de las empresas del Ibex-35 y una pequeña élite de 1.400 personas, que representan el 0,0035 por ciento de la población española, controlaba recursos que equivalen al 80,5 por ciento del PIB.

Sin que olvidemos que las políticas de BCE y los rescates sólo han servido para que con créditos públicos el capital financiero se lance como hienas por las deudas públicas de los distintos países.

También desmonta algunos de los leitmotiv ideológicos -en el sentido fuerte de creencia, en estricto creencia inconsciente, aunque en algún caso podríamos estar ante sin asomo duda casos de manipulación goebbeliana-, como, por ejemplo, la hipertrofia funcionarial del Estado: Los datos muestran, como ya señalamos antes, que España es el país con menos empleados que trabajan en los servicios del Estado del Bienestar y el en sector público y en cambio es el que registra mayor número de emprendedores. Con números mejor: en España, 12,75% de trabajadores públicos; en Dinamarca, 31,27; Finlandia, 24,64; Suecia, 26,20.

Otro, la deuda pública: En España la deuda pública representaba en 2006, antes de la crisis, un 39,6 por ciento del PIB, muy poco. Pero en 2010 alcanzó el 60,1 por ciento. En Alemania, la economía más fuerte de la Zona Euro, la deuda pública pasó también de un 67,6 por ciento del PIB a un 83,2 por ciento en 2010.

Y cuestiona otros como los métodos más útiles para mejorar la productividad -reducción de costes- que ellos enfocan en la innovación tecnológica.

Contra las políticas de austeridad que no van a sacarnos de la crisis y sólo van a empeorar más la situación, los autores proponen hasta 115 propuestas concretas. Propuestas que incluyen la creación de una banca pública (la nacionalización de las cajas de ahorro) para incentivar mediante el crédito la pequeña y mediana empresa -tampoco es una locura socialista, yo recuerdo haber cobrado mi primera beca universitaria en la banca pública que se empaquetó y vendió al BBV-; la imposición de impuestos en las transacciones financieras; la lucha real contra el fraude fiscal (pese a los aullidos caninos lobotomizados que escucho sobre el PER y otras prestaciones, el 75% del fraude lo realizan las grandes fortunas y el capital) la solución del déficit social (en esta breve reseña no nos ha dado tiempo a hablar del análisis de la falta de financiación histórica de Sanidad y Educación en España); la democratización de la vida política; etc.

Un libro más que recomendable porque: Sabemos que hay alternativas, que se pueden hacer otras cosas distintas a las que se proponen la patronal, los banqueros, los directivos de los bancos centrales y los políticos que comparten con ellos la ideología neoliberal. Lo sabemos sencillamente porque leemos, porque no recurrimos sólo a las investigaciones de quienes se dedican a reforzar el pensamiento dominante sin tener en cuenta los trabajos científicos que demuestran lo contrario.

Quiero dar las gracias a Manuel Montejo y Santi Campaña que han hecho posible que esta reseña no meta más patones que los inevitables por mi torpeza.