Cuando llegué a Sala Mercury el Real Madrid palmaba, los teloneros no habían empezado y no parecía que nadie quisiera acercarse al escenario. La sala estaba prácticamente vacía, hemos llegado demasiado pronto, comenté a los que me acompañaban, pero no importa, en esa pantalla echan el Real Madrid. Como podéis ver mi corazón estaba dividido y no recuperó su sagrada unidad hasta que allá por las doce y veinte Javier Vargas hizo entrada en la sala, pero no adelantaré acontecimientos.
Antes de hablar de Vargas Blues Band, quiero dejar constancia de mi agradecimiento a Sala Mercury (Karaoke Mercury) no sólo por dejarnos sortear dos entradas para su concierto, sino por darme la oportunidad de escuchar a uno de los grandes de la guitarra y posiblemente el mejor guitarrista de blues rock nacido en España (por doce euros la entrada anticipada y quince en taquilla) y, por si no fuera bastante, poner los tercios de cerveza a euro y medio –hablo en serio: euro y medio. Gracias, de verdad, muchísimas gracias.
- Analfabetismo musical: Vargas Blues Band no sale ni en los Cuarenta ni en la MTV – apoyaba este argumento una chica, con tacones kilométricos, que dormitaba en un taburete mientras su novio, con la camiseta de los conciertos, escuchaba los solos de Javier Vargas. Seguro que la chica lo hubiera pasado mejor en un concierto de Pereza, Amaral o Bisbal, que para el caso es lo mismo.
- Cerril sectarismo: Dícese del comportamiento de ciertos seguidores de un estilo musical que son capaces de escuchar cualquier bazofia del mismo estilo y nada de cualquier otro. Por ejemplo, todos esos heavys que oyen Rammstein, que esconden sus deficiencias musicales con pornografía, o System of a down, que lo mejor que se puede decir de ellos es que son tan malos que no saben ni plagiar a Nirvana –que, por otra parte, es lo que intentan.
- Estupidez genérica: la de todos aquellos que prefirieron mojarse y helarse en el botellón. Por ejemplo, la del señor, por definirlo de algún modo, que casi me escupe en los pies en la cola del lavabo.
Bueno, setenta personas y suben al escenario. Durante el primer tema están sólo tres: Javier Vargas, Luis Mayo (un buen bajista argentino) y un estupendo baterista, como demostró en un espectacular solo de tres minutos, el holandés Peter Kunst. Luis Mayo cantó un rock’n’roll con decencia pero nada que uno luego cuente a los colegas. Menos mal que era un aperitivo, porque apareció Tim Mitchell Richardson y todo cambió, mi corazón se reunió y se entregó al blues.
Desde ese momento y durante las las más de dos horas siguientes –hay que destacarlo: un grande de la guitarra se ve frente a setenta personas y, en lugar de largarse a la hora, se queda más de dos horas dando un caña, buen rock y gran blues a los pocos que estábamos allí, incluso hizo un bis- fue un enfrentamiento glorioso entre la magnífica, expresiva y emotiva, para mi gusto demasiado limpia (a mí es que me gustan los cazalleros) voz de Tim Mitchell y los emocionantes paseos de Javier Vargas por el mástil de sus dos guitarras –bien apoyados por Luis Mayo y Peter Kunst.
Sin embargo, el momento cumbre fue la interpretación de Sad eyes –no lo confundáis con el tema de Bruce Springteen- un verdadero combate a muerte entre Tim Mitchell y Javier Vargas para saber quién nos hacía gozar más –hace poco leí en una crónica que lo único mejor que ese concierto era estar con una buena moza, la misma opinión vale para este tema. Vargas nos dio un par de solos y Tim Mitchell nos ofreció tremendo y cómico solo de voz, jugaba con los tonos como si se tratara de un instrumento que manejara a su antojo. Yo diría que tablas, pero por todo lo alto.
En fin, una auténtica maravilla no porque demostraran su virtuosismo –eso se les supone-, sino porque las canciones emocionaban de verdad hasta el tuétano. Y, para colmo, fue Javier Vargas quien nos dio las gracias por asistir a pesar de la crisis.
Jesús Calañés