Quería comenzar la crónica de los conciertos de Johnny Winter y Joe Bonamassa con un pequeño sarcasmo acerca de aquellos que utilizan palabras de las que apenas conocen el significado para hacerse los entendidos sobre cualquier tema, por ejemplo, el blues; quería comenzar con una frase como “está muy influido por el Blues del Delta, tal y cual [sic]”. De verdad, el tal y cual es literal. Quería dejar a un lado el desacierto de la frase cuando se refiere a Joe Bonamassa, y comentar que hablar de esas gilipolleces está bien cuando se las dices a una chica imperita para tratar de llevártela a la cama, no todos podemos perder horas del día en un gimnasio (siempre he pensado que la falta de oxígeno en los gimnasios produce lesiones cerebrales irreversibles, sin olvidar los daños en la pituitaria). Con eso quería comenzar, sin embargo, os pido perdón por tanto, y tan injustificado, retraso a la hora de la redacción de la crónica, si me descuido un poco más la escribo para el Trigésimo Primer Festival para el del 2011.
El 20 de julio en mitad del palco central, primera fila, vi cómo un funcionario artrítico y albino (que me perdonen los albinos artríticos, y también incluso los funcionarios) se sentó en una silla de espumillón grisáceo y cuadraditos, como las que hay en las salas de conferencias de las universidades. Durante una hora y treinta y dos minutos el funcionario fue rellenando un formulario ordenado de los very best of Johnny Winter (Voodoo Child, Black Cat Bone, de las mejores interpretaciones de la noche, Hideway, Rock and Roll Hoochie Koo…) con una de las peores ecualizaciones de las historia de la humanidad; la preciosa guitarra sin clavijero sonaba como una de las guitarras preparadas de Lee Ranaldo tocando riff de rock and roll clásico.
También tocó Bony Moronie, tema que siempre acabo cantando en español. Venga, los de mi edad la conocéis: Mi amor entero es de mi novia Popotitos, /sus piernas son como un par de carrillitos… Popotitos no es un primor, / pero baila que da pavor. / A mi Popotitos yo le di mi amor. Los que no la conozcáis ya estáis buscando en youtube a Enrique Guzmán.
Hasta el bis no sacó la guitarra slide para tocar dos temas. Los dos mejores temas del concierto: una versión del Highway 61 Revisited del tito Bob y Mojo Bogie. Después se fue y como en el estrambote del soneto de Cervantes: Y luego, incontinente, / caló el chapeo, requirió la espada, / miró de soslayo, fuese, y no hubo nada.
Tres días después, en el Teatro de la Axerquía fui a un concierto de verdad, a uno de esos que te marcan la piel y te hacen afirmar: si toca a menos de tres horas en coche, voy de cabeza. Un puto espectáculo el que nos dio Joe Bonamassa. Yo iré y tú deberías hacerlo.
Es de esos tipos que no necesitan pavonearse sobre el escenario, parece además demasiado tímido para comportarse como un payasete, como todo gesto alzaba la mano cuando terminaba algún rasguido climático. Y, sin embargo, conectó, nos encandiló o nos encantó de la misma manera que un faquir hindú hace que baile una serpiente.
Todos los temas fueron ejecutados a la perfección y los solos fueron medidos y emocionantes (no meros alardes de técnica sin un mísero atisbo de sentimiento y emoción real que llevarse a la boca). Desde la versión del clásico de Leonard Cohen Bird On the Wire del último disco, pasando por temas como Sloe Gin o So Many Roads o la rockerísima, un riff inolvidable como el de Popotitos, The ballad of John Henry con la que arrancó el concierto y nosotros titulamos la crónica. Temas tan variados como el número de guitarras que tocó para nosotros (y que tratamos de recoger en las fotos).
El momento álgido (coinciden conmigo, o yo con ellos, todas las crónicas que he leído) fue cuando con una guitarra clásica electrificada se arrancó por Woke Up Dreaming. Una obra maestra en estudio y todo un acontecimiento en directo. Sencillamente formidable.
Lo demás queda en la memoria como cualquier acto de amor: dos horas de entrega sin alardes ni lucecitas, sólo cuatro tipos (batería, teclado y bajo acompañaban a Bonamassa) sosteniéndonos en ese frágil y afortunadamente breve espacio de tiempo llamado felicidad.
Texto: Jesús CalañésFotografía: Eva Ma