-¿Se da cuenta de lo que nos ha dicho? –pregunta cuando, por fin
arranca el motor.
-Sí, que
Merkel recauda impuestos por la vía de la cicuta. Y que todo, desde las
construcciones sin licencia hasta los sobornos, forma parte del desarrollo. Los
que no aceptan sobornos perjudican al país, porque fomentan el subdesarrollo.
Petros
Márkaris, Liquidación final,
Tusquets, Barc., 2012, p. 153
Quiero
comenzar la reseña con una muestra de agradecimiento a Ersi Marina Samará
Spiliotopulu, traductora de la novela, por dejar caer un par de “sólo” adverbio
con su tilde y algún que otro pronombre demostrativo con la suya. Ya sé que son
faltas de ortografía, pero con una Real Academia que fomenta zanguangos; un
poco de reacción ortográfica no viene mal. Sin embargo, cae en unos cuantos
leísmos consentidos del tipo “le entiendo” o “le crucificaron”.
De
las novelas de Kostas Jaritos, ésta es la más floja tanto en su posicionamiento
político como en la trama, más débil que en una novela nórdica del género. Es
cierto que en la novela negra latina –Vázquez Montalbán, Juan Madrid, Rafael
Reig, Sciacia, Camillieri, Jonquet, Rubém Fonseca…-, a pesar de la caterva de
mediocridades que imitan hoy la pésima novela nórdica y británica, pesa más el análisis social que la trama
rocambolesca y los aparatejos imprevisibles y absurdos tipo CSI; esto no es
óbice para que el autor se lo curre y no sepas a las primeras de cambio quién
es el asesino y que sólo un giro inesperado en las pesquisas lo demoren
doscientas páginas. Aclararé que, aun con todo lo que voy a afirmar, me la he
leído del tirón. Anoche no pude apagar la luz del dormitorio hasta la última
palabra.
Y
no es justa la debilidad de la trama porque en su estudio político abandona a
Brecht –Márkaris afirma que hace un análisis brechtiano de la sociedad en las
novelas del entrañable comisario- para
arrojarse a todos los convencionalismos tipo tercera vía que pueblan la ideología
dominante neoliberal, pero no tanto.
a)
Las manifestaciones populares son simplemente una molestia para atravesar la ciudad.
Se manifiestan todos y ninguno; todos de igual forma ridiculizados y
escamoteados, salvo como presencia ubicua. Supongo que la idea que segrega es
la ausencia de articulación política de los movimientos sociales y que pueden
moverse indistintamente hacia una práctica revolucionaria como por maximalismos
fascistas. Por otra parte, cualquier análisis de los movimientos actuales
debería comenzar por este discernimiento: no todas las indignaciones son
iguales ni tienen el mismo valor. Un movimiento por la expulsión de todos los
inmigrantes –que aparece en la novela- no puede compararse con un movimiento en
defensa de la Sanidad pública.
b)
El amigo comunista no participa en la organización de las protestas, ni está
políticamente comprometido, simplemente riega su jardín y sirve café con dulces
a las visitas. Zisis funciona en la serie como contrapeso ético y comprometido
de la dinámica social –algo que el género ha ido perfeccionando desde la
partidas de ajedrez de Marlowe con Capablanca-, de la mierda de la vida real,
pero esa exigencia del “fuera de la lucha de clases” en este caso es contraproducente.
Es un observador que espera la revolución como el que espera ver salir el sol
en una playa gaditana; es una invitación al inmovilismo y fatalismo que me ha
desagradado.
c)
Pero, sobre todo, la alabanza de la cultura del emprendimiento, todos los personajes son súper titulados e híper formados que no encuentran salida (en Grecia sólo hay universitarios, delincuentes, policías, porlíticos y delicuentes universitarios), que se da –aunque
el mismo texto en otros momentos la contradiga, sin que haya una semiótica
dialéctica para que esto ocurra, esto es, a pesar del autor-; la solución a la
crisis es la acción individual y privada fuera del Estado y abandonándolo. Es
esa teoría neoconservadora de que el Estado es el gran escollo para el desarrollo
de la sociedad, la que no se cuestiona. No se trabaja para una recuperación del
Estado, se constata su hundimiento y se plantea una esperanza: ser emprendedor.
Aterra que olvide el efecto de distanciamiento –Verfremdungseffekt de Brecht- y
cualquier análisis dialéctico mínimo respecto a este falaz lugar común conservador.
Por
otra parte, mucho más interesante me parece la descripción de distintos suicidios,
individuales y colectivos, que jalonan la obra. Son los momentos más
conmovedores, de más altura literaria y que de verdad arrojan luz sobre Grecia
hoy y España dentro de dos años. La verdadera piedra de toque: el capitalismo
es el asesino.
He
afirmado que es la peor novela de la serie –la mejor para mí es Defensa cerrada-, pero no implica que no
haya que leerla, ni, mucho menos, que no te lo pasarás como un enano. Es Kostas
Jaritos y está de puta madre.