Algo
de eso había también en mí –quien siga Mala Música Para Mala
Gente en el programa sabrá mi debilidad por Jack White-, porque, a
decir verdad, Blunderbuss, el primer disco en solitario de
Jack White me parece un mojón pretencioso que se dedica más a
ajustar cuentas con Meg White (es el único motivo para tanta
exuberancia en el baterista de la banda The buzzards) que a sacar
temas redondos. Tanto es así que el disco lo había escuchado tres
o cuatro veces –doy varias oportunidades por si el equivocado soy
yo- antes de comprar las entradas y dos más la tarde antes del
concierto; para poder reconocerlas.
Pero
no se reconocían, no por el sonido, claro aunque dominado por la
ecualización de la batería y la guitarra, ni porque las
reinventaran, sino porque las cargó con la contundencia del directo
y la versatilidad de unos músicos que completaron unos temas que,
repito, en el disco se quedaban a medias.
Incluso
hubo un momento que yo llamaría orgásmico. Fue cuando enlazó
Hypocritical kiss de su último disco con You’re
pretty good looking y Hello operator del disco De Stijl
de The White Stripes para terminar con Steady as she goes del
primer disco, Broken boy soldiers de The Ranconteurs.
No
fue la única vez que hilvanó canciones de tres de sus cuatro grupos
–no tocó nada, creo, porque hubo una canción que no reconocí que
podría ser de ellos, de The Dead Weather- al final del concierto
también hizo un magistral hilvanaje de country y blues
con armónica y slide que hizo que la sala La Riviera se
cayera a pedazos.
Claro,
la última canción, sobre la que no reflexionaré mucho para
ganarme más enemigos entre los gaznápiros, fue Seven nation
army. Sólo diré que media sala de gafapastas y modelnos, todos
vestidos a la última desde la coronilla hasta la suela del tacón
del zapato, siguió el desarrollo de la canción cantando: na, naná,
na, nanaaana. Como si fuera el himno borbónico.
No
sólo, entre las dos partes del concierto, también lo hicieron.
Hasta tres veces.