La ciudad
[Dresde] se parecía un poco a Dayton, Ohio, aunque con muchos más
espacios libres.
Su suelo debía
contener toneladas de harina de huesos humanos.
Solamente las
velas y el jabón eran de origen alemán. Tenían un aspecto opaco y
fantasmagórico.
Los ingleses
no lo sabían, pero ambas cosas estaban hechas con grasa extraída de
judíos, gitanos,
comunistas y
otros enemigos del Estado. Así era.
Si no tuviera enterrado
en una montaña de cajas de libros el Diccionario de psicoanálisis
(el mío, Laplanche, Pontalis),
debería empezar la reseña copiando la definición de acto fallido.
Porque Matadero cinco
se ajusta esa explicación freudiana como un calcetín. Matadero
cinco o La cruzada de los niños,
aparentemente, trata del bombardeo aliado de Dresde y de la Guerra de
Vietnam, aunque en realidad sólo sean mil formas de cercarlos. La
disociación entre intención y resultado es tal que sólo podría
sostenerse como un acto de fe en la sacralidad e infalibilidad del
autor.
Para
los estudiantes de la ESO, una nota: el bombardeo de Dresde fue,
junto a Hiroshima y Nagasaki, la muestra de la obscena crueldad el
vencedor de una guerra. Dresde, una ciudad arrasada por un incendio y
reconstruida en el XVII, no tenía tropas, industria armamentística
o relevancia estratégica ninguna. Fue arrasada por una combinación
de las fuerzas aéreas británica y estadounidense. En esta acto
gratuito y repugnante de febrero de 1945 fueron asesinados 135.000
civiles cuya única culpa fue vivir allí. Vonnegut afirma que la
reconstruyeron, esta segunda vez, sobre harina de huesos humanos.
Porque Kurt Vonnegut, prisionero alemán en 1945, pudo formar parte
de aquella harina. Allí en un matadero convertido en prisión, en el
matadero número cinco de Dresde, Vonnegut lo vivió. La guerra de
Vietnam... mira, niño, en la wikipedia.
Matadero cinco o La
cruzada de los niños consta de
tres partes. El primer capítulo Vonnegut se salta la convención
narrativa y explica el porqué de la trama. En él cuenta, por un
lado, la necesidad imperiosa de narrar lo que ocurrió en Dresde y,
por otro, la imposibilidad de escribirlo. Matadero cinco se
publicó en 1969.
El
último capítulo retoma la vida real de Vonnegut. En él, nos
recuerda que la historia inventada ha narrado el genocidio de Dresde,
que las brutalidades que narra son auténticas. Aclaro que no es un
prólogo y un epílogo, sino el capítulo primero y décimo. Es
decir, forman parte de la novela (más allá del mismo sentido
estructuralista que convierten los prólogos a El Quijote
en parte del mismo). Pero, claro, tanta insistencia en que se cuenta
lo que yo digo que se cuenta, afirma lo contrario.
Para
decirlo de una vez por todas: mientras que ciertos horrores se narran
con angustiante reiteración y morosidad -por ejemplo, una ejecución
por el ejército americano de otro prisionero yanqui por saqueo
cuando sólo había cogido una tetera de las ruinas de Dresde-, el
bombardeo de Dresde es una promesa postergada que ocupa cuatro o
cinco párrafos en la narración del personaje protagonista como
parte de un relato de seducción en una jaula de un zoo a una actriz
en un planeta extraño.
La
parte central, desde el segundo capítulo hasta el noveno, cuenta la
historia de Billy Pilgrim -quizá como el peregrino errante de
Góngora. Soldado americano yanqui que, como Vonnegut, fue preso
alemán en 1944, con la capacidad de viajar en el tiempo -dentro de
su propio cuerpo desde su nacimiento hasta su muerte como un todo
simultáneo, eterno- y que fue secuestrado y llevado a un zoológico,
junto a una actriz de cine famosa (con la que mantendrá una
estupenda relación erótica) en el planeta Tralfamadore.
La
novela utiliza esta construcción que nos permite cartografiar toda
la vida de Billy, desde su infancia hasta su asesinato (consecuencia
también de la guerra) para cercar desde todos los puntos el núcleo
de Lo Real (diría Lacan) o Das Ding (Freud) -para simplificarlo
hasta lo ridículo, aquello que escapa del ámbito de los simbólico,
lo irreductible, previo y exterior incluso al lenguaje.
El
lector sabe que el objeto de la trama es el bombardeo y lo aguarda
con expectación; sin embargo, encuentra la peripecias que
desembocan allí y la vida del personaje después de él, pero nunca
llega allí. Nunca está allí, sólo lo ronda, lo cerca, lo husmea
como un perro con el rabo entre las piernas.
La
consecuencia es idéntica a la que propone W.G. Sebald, en Historia
natural de la destrucción,
(Sebald analiza la autocensura en la literatura alemana se ha
impuesto para no escribir sobre los horrores sufridos en los ataques
aliados durante de la guerra, que achaca al sentimiento de culpa por
ser en mayor o menor medida colaborador con el nazismo) pero por el
motivo contrario. Vonnegut no puede representar el monstruo mismo, la
voracidad del horror devora cualquier sintaxis, tal vez, como en Paul
Celan.
No
obstante sobrepasa el segundo objetivo del texto: desheroificar la
guerra. La cruzada de los niños
(también traducida por la cruzada de los inocentes) demuestra que
los soldados no son individuos arrojados que, sacrifican su vida para
rescatar un niño de mamá (frente a la exaltación hipócrita de la
guerra de un mediocre y manipulador como Spilberg), sino jóvenes,
sin tener siquiera el equipamiento apropiado, arrojados a un teatro
que no comprenden ni tiene lógica. Las muertes ocurren como bromas
macabras de un humor negrísimo -recuerdo que Vonnegut afirma que son
hechos ciertos-, sentido en el que recuerda un poco a los textos de
Primo Levi, particularmente a La tregua,
o a un Svejk tétrico y mucho más a la primera parte de Viaje
al final de la noche de Louis
Ferdinand Céline.
Matadero cinco
contiene todo el horror de lo real y toda la ansiedad diferida de las
espectativas no cumplidas. Estás tardando en leerla.