Guadalupe Plata

Como un pornógrafo escribiendo para la revista de Barrio Sésamo me siento hoy al ver nuevo marco del blog del programa, que mantiene una iconografía adecuada para hablar de la última peli, chachipiruli, de Eclipse y no para dar cuenta a un cojonudo concierto de blues. Mas, antes al contrario, varias bandas reconocidas han buscado a nuestro diseñador del blog para que le haga trabajos. Amigos, el metal es muy raro.

Sin embargo, para tocar el infierno con la yema de los dedos no es necesaria tanta parafernalia, sólo se necesitan una guitarra (slide), un washtub bass (o bajo barreño), una batería y una armónica. Y lo demás, como diría Shakespeare, es silencio.
Llegamos tarde. El telonero, One hand man’s band anunciaba el cartel y la página de Planta Baja (que pusiera one hand me acojonaba un poco, ya pensaba que iba ser un engendro rasgando las cuerdas con una púa sujeta al pene con cinta americana), estaba haciendo sus pinitos a dos manos y dos pies. El tipo tocaba decentemente y el sonido era bastante agradable, si no fuera porque en cada uno de los acordes me acordaba de Bob Log III, alguien que los seguidores de Mala Música para Mala Gente ya deberían amar. 
Alguna voz criticará que un cronista de conciertos llegue tarde, pero, en mi descargo, he de decir que el concierto empezaba a las nueve, y yo, por otro lado, empiezo a tener una edad en la que el cuerpo requiere alimento y no un café y cigarrillos para subsistir.

No sólo había más gente que mi último concierto en la sala –abrázame oh, Lisa Kekaula-, sino que estábamos entregados, desde el primer acople con resonancias a Muddy Waters. Todos entramos en un trance aquelárrico y diabólico –no en balde el primer tema que arrasó nuestras almas fue “I’d rather be a devil”.
Tuvo, para mí, todo lo que tiene que tener un concierto: nadie silbaba, nadie gritaba como si estuviera muriendo despedazado por una turbina de una presa, nadie hacia palmitas, todos escuchaban atentamente (si me permitís el pleonasmo) cada uno de los giros de la guitarra, cada lamento de la armónica, cada contratiempo de la batería. Una comunión siniestra y hermosa.

Es verdad que el grupo contribuyó a que nos tomáramos en serio el concierto tomándoselo ellos: no se preocuparon de las caritas ni los anhelos de los posibles polvos fáciles (si hacemos caso a las habladurías sobre el rock) y se concentraron en tocar con dos huevos, en dejarse la piel con la música. Creo que todo lo que dijo Perico en todo el concierto fue “muchas gracias”. No, tío, muchas gracias a vosotros por tomaros el concierto en serio, la música en serio.

Tocaba de medio lado, y la mitad de las veces desaparecía de nuestro campo de visión, enganchado en una frenética lucha de acoples con el amplificador. Otras veces se enfrentaba al bajo-barreño (la primera mitad del concierto, después lo sustituyó un bajo eléctrico).
Ahora me tocaría hablar de set list. Las tocaron todas: “Cementerio”, “Estoy roto”, “Gatito” inmediatamente seguida por “Jesús está llorando”, “Como una serpiente”, “Lorena” “Pollo podrío”. Tocaron dos temas que no conocía. El primero de ellos me sorprendió por la calidad y la economía de la letra: “Eres veneno” (repetido como una letanía) rematado con un “huye” (como un exorcismo). Posiblemente nunca se haya combinado tan bien calidad y brevedad en el tema de la femme fatale.
Tan en serio se tomaron el concierto que no me dio tiempo a ir a mear (del mismo modo que no puedo vivir ya de café y cigarrillos, tampoco mi próstata ni mi vejiga son a estas alturas del camino lo que eran otrora) entre el descanso, tocaron para acabar la sesión “Baby, baby”, y el bis (no había cola en el servicio). Y llegué a mitad de ese regalito que significa tocar “Rollin’and tumblin’” (esa obra maestra de la música popular americana que ahora, en un delirio de grandeza Dylan ha querido apropiarse).

Qué decir. Guadalupe plata destiló quilates y graduación de buen blues de Sierra Mágina, nos puso en contacto con el diablo.
Texto: Jesús Calañés
Fotos: Eva Ma