El
gran reloj es sordo y ciego.(p.126)
El
gran reloj avanza por todas partes, no pasa a nadie por alto, no se
olvida de nadie,
no
omite nada, no recuerda nada, no sabe nada.(p.147)
El gran reloj
trastoca al menos cuatro
de la convenciones de la novela negra (que no de la novela inglesa o
de salón) y, sin embargo se ajusta a los cánones del género
policiaco. Para mí la belleza del género negro es la misma que la
belleza del soneto: la belleza de conseguir una combinación de
elementos distinta en una estructura, en principio, muy limitada.
La más obvia es la
convención del narrador. La novela negra tiene tres tipos básicos
de narrador. El más común, heredado del maestro del género,
narrador extradiegético focalizado como una segunda voz irónica
sobre la del personaje, que, a veces, ni se distingue de él (las
novela de Chandler y casi todo lo que ha venido después). El
narrador intradiegético protagonista desde Jim Thompson (la
narración en primera persona del psicópata, la pura carne cruda de
la violencia humana), Horace McCoy, etc. Por último, el narrador
extradiegético behaviorista, vamos, la preciosísima autopsia
narrativa de Hammett (como afirma Manolo Valle -a quien le debo
muchas de las ideas que aquí se desarrollan).
Kenneth Fearing utiliza una
sucesión de voces en primera persona, sin que el efecto sea un
relato perspectivista donde existan distintas verdades, por capítulo
con el único fin de sostener y aumentar la sensación de angustia,
de claustrofobia como si se hubiese ejecutado el mecanismo opresivo
de las paredes móviles acabadas en afilados pinchos de una pirámide
de dibujos animados.
También
rompe con la violencia y la fortaleza salaz del protagonista.
La novela negra como género pulp
iba dirigido a un público de clase media y media baja que había
sido derrotado por la vida, por la desidia, por la grasa, casi por
cualquier cosa (del mismo modo que nos ha vencido a nosotros), y, en
consecuencia, negra tenía que construir un mundo donde un don nadie
folla en posiciones inverosímiles con Lauren Bacall a la que
proporciona orgasmos cósmicos, múltiples y simultáneos (o el mito
sexual que ustedes tengan en mente). Sin embargo, aunque el
protagonista intima con una hermosa mujer, de la que se deja caer que
no le hace feos al lesbianismo (para acentuar el morbo), deja el sexo
detrás de una puerta que se cierra como en las escenas
cinematográficas que acaban en un fundido en negro.
El
mismo lector que quiere leer que incluso él, que escucha seriales de
la radio o ve el partido del Real Madrid por la tele, tiene la
oportunidad de dormir con mujeres que huelen a orquídeas salvajes y
tienen el cuerpo de Kim Basinger; también quiere sentir su cuerpo
como una mole capaz de mandar al país de los sueños a matones con
un único puñetazo en la zona del temporal. Curiosamente, El
gran reloj reserva la
escena de violencia, como en Los sobornados
de Fritz Lang, a la usada por el antagonista en el asesinato de la
mujer, violencia soez y descarnada desprovista de heroicidad. Un
asesinato vil y cobarde como la jarra de café hirviendo.
Sobre
todo las convenciones que se salta tienen que ver con el propio
concepto de investigación, o lo que podría definir como la
maquinaria. Es cierto que Iulian Semionov, Petrovka 38,
construye una novela donde el investigador es colectivo, sin
embargo, lo más extraño es que sea una novela soviética. También
es cierto que los relatos de Hammett tienen como protagonista a Op,
un apócope de Operator (no
olvidemos que Hammett trabajó en esta maquinaria realmente). No
obstante, El gran reloj
se diferencia de la novela soviética en que es un mecanismo privado
y de Hammett en que muestra todo el funcionamiento de sistema de
miles de hombres cuyo movimiento es ciego e implacable. La
particularidad de El
gran reloj es
que pone todo su mecanismo al servicio de sus intereses privados y no
de la verdad.
Esta
la última convención que se salta. El lector conoce en todo momento
la verdad, el protagonista conoce al mismo tiempo la verdad (no se
remite la novela al mecanismo de producción de suspense de Hitchcock
por el que el espectador sabe más que los personajes, Sabotaje,
por ejemplo). El antagonista también conoce la verdad. El mecanismo
se pone en marcha para encontrar el elemento, que obviamente también
pertenece al mismo mecanismo, que puede producir la mentira. La
investigación es el proceso en el que una gran empresa se pone al
servicio de la creación de la mentira.
En
esta construcción del falso culpable que nunca llega lo que se
muestra finalmente es el mecanismo ciego del capitalismo, como la
máquina va apretando dogal sobre su objetivo. Aunque el desenlace
sea sobre otro sobre el que caiga, inopinadamente, todo el peso de la
máquina y el que parece que domina los resortes, el mando a
distancia, es aplastado por ella. El
gran reloj,
cuya versión cinematográfica se llamó sintomáticamente en español
El reloj
asesino,
es una novela sobre el capitalismo, sobre su inhumanidad, sobre su
crueldad indiscriminada que es capaz de llevarse por delante a
cualquiera.
Pero
nadie lo resume mejor que el propio texto: Me
dije a mí mismo que no era más un instrumento, una máquina enorme,
y que las máquinas eran ciegas. Pero no había comprendido
enteramente el alcance de su peso y su fuerza aplastante. Era
demencial. No se puede desafiar a la máquina. Crea y destruye, y lo
hace con glacial inhumanidad. Valora a las personas del mismo modo
que valora el dinero, el crecimiento de los árboles, el ciclo vital
de los mosquitos, la moral o el avance del tiempo. Y cuando suena la
hora en el gran reloj, es que, en efecto, ha llegado la hora, el día,
el momento preciso. Cuando dice que un hombre tiene razón, la tiene,
y si descubre que está equivocado, está acabado, sin apelación. El
gran reloj es sordo y ciego.