Estaba delante
de la tele y sufría como un cabrón. Sufría por Coyote. Esperaba
que una vez por todas Coyote acabara con Correcaminos.
Félix Romeo,
Dibujos animados,
Anagrama, Compactos 579, Barc., 2012, p. 53
Es una edición (de
bolsillo) consoladora, marzo de 2012 (primera edición, febrero de
2001). Félix Romeo murió el 7 de octubre de 2011. Todos los que nos
acercamos por primera vez a la escritura lo hicimos porque supusimos
que es la forma más asequible de postergar el olvido (poesía de
Borges y Manrique, entre otras igual de manidas, como referencias
bibliográficas); el dibujo, la música, la escultura, la
pornografía, la cinematografía, la arquitectura… necesitan
destrezas (y dinero). Incluso el fútbol y la política burguesa.
Félix Romeo ha llenado estantes con su novela póstuma y ha
conseguido, gloria a los herederos de los derechos, la edición en
bolsillo de sus dos novelas anteriores –no, sin embargo, alcanza a
Bolaño que parece escribir desde su urna. No equivocamos, los que no
llegamos a ver publicadas nuestras mierdas, el camino, sino la
constancia. Además, según las contraportadas, fue insumiso, cumplió
pena por ello, y director de La Mandrágora; hechos
relevantes, pero no tanto como estar muerto.
Dibujos animados
cuenta la historia de un niño o adolescente en los alrededores del
23-F; no antes, durante y después, estrictamente en los alrededores.
Porque uno de los elementos claros de esta novela es que es
progre-posmoderna. Es decir, reaccionaria. La elevación de la Suerte
a divinidad esclarecedora de la historia individual y colectiva, el
deseo de olvido, como si se comieran flores de loto, la subsunción
de todo tiempo al presente inasible e inagotable (Soy un fue, un será
y un es simultáneos) y la identificación emocional simple como una
regla de tres directa: cualquier televidente quiere que Coyote le
hinque el diente Correcaminos, que lo despedace, que se lo trague,
que nos muestre de qué está hecho, sus tripas y otros órganos
internos. Cualquier televidente se ríe con tristeza por que otra vez
el bicho hijoputa escape por patas. Pero la trama de la novela es la
misma que la de los dibujos animado de la Warner: dejarte con las
ganas.
Cosa buena. Los niños
se dedican a buscar y oler bragas. Cosa mala. El narrador –¿adulto,
niño, adolescente, ejecutivo de Fin de la Historia SA?-, agente del
presente absoluto, se olvida pronto de las bragas para hablar de
otras cosas. Me jode que durante las primeras veinte páginas me
prometan sexo y el olor de los flujos vaginales para que después no
cumplan.
La narración se
construye en fragmentos numerados. 175 en 133 páginas en la edición
de bolsillo. Esta construcción convierte la novela en la compañera
perfecta para un viaje en el Metro: todas las paradas podemos
levantar la vista del libro para comprobar el culito de la que acaba
de entrar sin que perdamos el hilo o dejemos el párrafo a medias.
Tiene otras cosas que
después han heredado la publicidad, Dibujos animados también
valdría como fuente de inspiración a esos anuncios nostálgicos
(recuerdo uno de un coche donde aparecían desde Richard Clayderman a
La historia interminable). Son personajes importantes de la
novela (además de Coyote y Correcaminos): Uri Geller, Hawai 5.0,
Cine Exin, esnifar pegamento, una puta, llamada Puta, calva o una
serie de coches que comienzan en el R-5 (curiosamente la misma marca
que la del anuncio) y terminan, junto con la novela, en el 124.
Desentona, y lo digo
como un cumplido, la presencia de las armas. Pero es otra promesa
incumplida. Se crean expectativas para que la pistola del padre o una
de las varias escopetas que aparecen desencadenen “el acto”. En
más de una ocasión se fabula con el suicidio o con el asesinato
premeditado. El lector paladea ya sean los sesos de la vecina coja,
Coja, o los del narrador –protagonista- o los de su hermana, cuya
pasión central es esconderse en cajas como rastros de rojo en un
cuadro de Pollock, pero, como Coyote, se queda con las ganas.
En fin, su mayor mérito
estriba en que no te aburras con una novela que pretende dejarte con
las ganas (lo que fuera de la literatura se define como
calientapollas) y que además lo haga. La próxima novela de un
recién muerto que me compre también será suya: Discothèque.
Quizá con la segunda llegue hasta el final.